Hace 1.380 años murió el profeta Mahoma sin designar un sucesor, la religión musulmana padeció –como el cristianismo en sus inicios- de divisiones político-teológicas de las que se desprendieron dos ramas: sunitas y chiítas.
En Siria, el presidente Bashar al Asad pertenece a la comunidad alawita, un grupo minoritario de extracción chiíta, y los opositores –así como los opositores a su padre hace 30 años- son mayoritariamente sunitas, lo que ha sembrado el camino para hablar de un "conflicto sectario" en ese país.
El hecho de que el principal aliado en la región de Siria sea Irán, el otro país gobernado por chiítas, y las acusaciones de que la insurgencia obtiene fondos y armas de Arabia Saudita, protector de los lugares más sagrados del Islam y de la ortodoxia sunita, contribuye a pensar que este presunto sectarismo supera las fronteras sirias.
Pero no todos los expertos en Medio Oriente coinciden con esta hipótesis y muchos prefieren hablar de un conflicto político que terminó en un enfrentamiento militar.
Enfrentados en las últimas décadas en Líbano y –tras la caída de Saddam Hussein- también en Irak, sunitas y chiítas han intercalado en el transcurso de los siglos períodos de convivencia pacífica con conflictos sectarios.
"A niveles religiosos o teológicos las diferencias son mínimas. Similares a las que puede haber entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Anglicana de Gran Bretaña. En cada contexto histórico, sin embargo, han dado lugar a enfrentamientos políticos, que se han pretendido articular en cuestiones confesionales"
Lo que pocos dudan es que el balance político-religioso ha favorecido claramente a unos en detrimento de otros.
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